En
esta primera reseña en castellano traigo a la biblioteca el libro
que estaba leyendo la noche en la que se gestó el proyecto de esta biblioteca virtual.
Quiso
la casualidad que fuese una gran novela sobre un tema que me
apasiona. Así pues, aparte de inaugurar las estanterías de la
sección castellana de la biblioteca, tiene para mí un componente
simbolico importante.
Se
trata de El Castillo
Autor: Luis
Zueco.
Editado
en España por Ediciones B S. A.
www.edicionesb.com
1.a
Edición Septiembre de 2015
8.ªReimpresión septiembre 2016
ISBN 97884666577747
Páginas:
685
Encuadernación
en tapa dura con sobrecubierta.
Cabe
destacar la autoría de la elaboración de los mapas y el árbol
genealógico a Antonio Plata.
Sobre el autor:
Luis
Zueco es novelista, historiador, investigador y fotógrafo. En la
actualidad es director del Castillo de Grisel, fortaleza medieval
convertida en hotel con encanto. Además, es ingeniero industrial,
licenciado en Historia y máster en Investigación Artística e
Histórica, miembro de la Asociación Española de Amigos de los
Castillos, vicepresidente de la Asociación Española de Amigos de
los Castillos y colaborador, como experto en patrimonio y cultura, en
diversos medios de comunicación. Su novela El escalón
33 recibió la Mención de Honor en el Premio Internacional de
Novela Histórica Ciudad de Zaragoza 2012, el Premio al Mejor
Thriller Histórico 2012 de la web Novelas Históricas y
fue seleccionada en el I Certamen de Novela Histórica Ciudad de
Úbeda. También ha publicado la novela histórica Tierra sin
rey y la guía Castillos de Aragón: 133 rutas.
Sinopsis
El
Castillo, narra la proeza de unos hombres y mujeres que vivieron,
amaron y lucharon con el propósito de llevar a término la
construcción de un castillo. Y no uno cualquiera: El de Loarre en la
provincia de Huesca (Aragón), considerado como la fortaleza románica
mejor conservada de Europa, y uno de los conjuntos palaciales,
monásticos y militares medievales más significativos del
continente.
La
obra se divide en tres grandes bloques que corresponden al período
del monarca reinante en el momento cronológico de la construcción.
Cuando
empezó a edificarse el conjunto del castillo-abadía, esa zona
era una peligrosa tierra de frontera.
Todo
empezó cuando el rey Sancho III el Mayor, decidió levantar una
fortificación en una zona poco habitada y desde la que se podía
avistar al enemigo musulmán. Con la promesa de un futuro mejor
atrajo a un grupo de hombres y mujeres para quienes a supervivencia
era una heroicidad cotidiana.
Entre
ellos, un maestro de obras lombardo; Juan el carpintero y su hijo
Fortún; Ava la arquera; Javierre, un muchacho cuya ambición creció
a la par que el castillo, y un sacerdote fiel al viejo rito hispánico
acompañado de la inteligente y misteriosa Eneca.
Con
sus medios y conocimientos lograron culminar el castillo desde el que
se gestó uno de los más importantes reinos medievales, clave de la
Reconquista.
Cuando
descubrí mi afición por la Edad Media, el tiempo ya había
intentado hacer grisear mi cabello. Su llamada fue contundente, así
que con la mochila a la espalda he pasado los últimos años viajando
a través de los siglos, dedicado a explorar esa época fascinante.
He visitado muchos castillos, con debilidad por los mal llamados
“Castillos Cátaros” del S XII y XIII. Escribo “mal llamados”
pues los cátaros, debido a sus creencias, carecían posesiones
terrenales. Pero esto es otra historia.
Los
castillos medievales ejercen una especie de hechizo en mí. Hacen que
me sienta pequeño en su interior; abrumado por el peso de la
historia que cuentan sus sillares silenciosos.
Desde
que aprendí a hacerlo, siempre he leído mucho y desde que me
invadió el amor por la Edad Media del que os hablo, entre una
lectura y otra siempre he encontrado el momento de leer alguno de
esta temática. Cuando uno de esos libros cae en mis manos, hago como
una ardilla con una bellota suculenta; lo cojo y me lo llevo a la
buhardilla en dónde suelo leer. Allí, lejos de interrupciones, lo
devoro.
El
último libro de este estilo entró por la chimenea de casa en
Navidades. Bueno, en realidad fueron dos los libros que lo hicieron.
Ambos del mismo autor, Luis Zueco y sus títulos:
La
Ciudad y El Castillo.
¡Os
podéis imaginar mi entusiasmo en destapar aquellos paquetes! Por
detalles como este creo a pies juntillas en Papá Noel que, aunque la
mayor parte del tiempo duerme por las noches disfrazado a mi lado,
sabe cómo hacerme feliz.
Aquella noche, con el segundo libro bajo el brazo y trepé con él a la buhardilla.
El
lugar del que os hablo se encuentra bajo un tejado de madera. Tiene
una ventana a través de la cual siempre es de noche pues cuando subo
a devorar letras es cuando se acaba el día y todos duermen. Hay una
cama cómoda y una mesita de madera oscura. Entonces enciendo el
pequeño flexo y dejo que la luz se derrame sobre las páginas como
el agua de la ducha, lo justo para que no salpique y no despertar a
mi pareja que duerme al otro lado del colchón. Entonces abro las
tapas... en la penumbra se enciende la magia y la aventura empieza.
Cuando
abrí las de El Castillo entré de golpe en otro mundo.
Lo
primero que llamó mi atención fue que después de unas pocas
líneas tenía la impresión de encontrarme realmente en la Edad Media. El autor
consigue describir esa época de un modo tal que sospecho que, entre
novelas, estudios y fotografías, debió de estar un tiempo por allí.
En
el prefacio se indica que la Edad Media no fue una época de
lujosos palacios ni princesas, fue una época oscura y peligrosa
donde una vida no valía nada y dónde las religiones se enzarzaban
en sangrientas guerras en nombre de sus respectivos Dioses. La
nobleza, la Iglesia y la plebe. Su separación estricta, real y
física queda espléndidamente reflejada a lo largo de toda la obra.
Tras
decidir Loarre como emplazamiento del castillo y empezar las obras,
la novela da un primer giro inesperado. Gracias a él tenemos la oportunidad de ver la evolución del protagonista y
somos testigos de su crecimiento junto con el del castillo.
Luis
Zueco tiene una prosa ágil, usa un vocabulario muy rico, relata las
técnicas constructivas de la época con detalles minuciosos dando
muestras de gran conocimiento del tema y mucha cultura.
Quiero
destacar un pasaje que me hizo sentir como lo haría un habitante del S XI, al escuchar la narración de un suceso épico, marcado por sus temores y creencias. Se trata de una solución fantástica en un momento en el
que la historia del castillo y sus gentes pasaban por un importante apuro. Su resolución da a la obra parte de su fabulosa
dimensión Medieval. Esta faceta sobrenatural es, en mi opinión, una
solución al más puro estilo cronista del Medievo y me pareció
deliciosa.
La
obra, voluminosa, es en sí misma un castillo y, quizás salvo algún
pasaje algo lento, es una historia dinámica y muy bien documentada
con personajes muy definidos y bien caracterizados.
De
la mano del autor aprendí sobre la historia de los jóvenes reinos
cristianos del Norte, aprendí como vivían los artesanos, como se
orientaban los castillos, como se organizaban los labriegos, como los
lombardos guardaban sus secretos, como se construía una máquina de
guerra y en este último aspecto, por ser en sí mismo una máquina
de guerra; como se pudo haber construido el castillo de Loarre.
También
quiero destacar la solida presencia de dos personajes. Enca y Ava.
¿Quién
no ha tenido un amor imposible? ¿Quién no conoció en su camino el
amor puro? Ese amor que se da sin esperar nada a cambio… Somos
humanos, vivamos en la época que vivamos. Esto está tratado con
maestría en el libro.
Anoche
cerré, como dos grandes puertas, las tapas de El Castillo. Echaré
de menos Loarre y sus gentes que me han acompañado en la
tranquilidad de mi buhardilla. Cuando vuelva a entrar en uno, les
recordaré pues llevo para siempre un poco de ellos en mi corazón.
Para
finalizar esta primera reseña quisiera pediros un ejercicio de
visualización, así la Biblioteca será un poco más de todos.
Vamos
a imaginar una gran sala cuadrada. El suelo está recubierto de tupidas
alfombras que le dan calidez al lugar. En la pared opuesta a la
puerta de entrada, la luz entra a raudales atravesando dos grandes
ventanas ojivales con vidrieras de colores. Grandes estanterías de
madera envejecida llenan sus paredes, desde el suelo hasta el techo
abovedado del centro del cual pende una gran lámpara de hierro. Hay más estanterias, dispuestas en paralelo. Las
estanterías están aun vacías salvo en una de ellas, en la sección
de libros en catalán, en dónde ya hay un libro. Me encamino hacia
una esquina, en la pared de las vidrieras. Allí dejo con afecto El
Castillo, de Luis Zueco, y me encamino a la puerta de salida de la
biblioteca. Es una puerta de madera, grande y pesada con figuras
talladas en ella.
De
pronto, esta se entreabre y asoma por ella un gato blanco de edad
bíblica.
¡Es
Poniente! ¡El gato de El Castillo! Parece que quiere volver al libro
pero antes de llegar se frota contra la pernera de mi pantalón y
acomoda sobre la alfombra, hecho un ovillo.
Ya
sabía que me costaría olvidar la novela. Con permiso de su autor
dejaré al gato durmiendo en la biblioteca. Ahora es una biblioteca
con gato.
Salgo
cerrando lentamente la puerta tras de mí. En el último momento, a través de la rendija atisbo el libro en la estantería.
Es
el segundo.
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