Aquella
mañana de Navidad hacía frío en la casa de piedra. Los regalos, envueltos en
papeles de alegres colores, esperaban amontonados delante de la chimenea. Un débil hilo de humo ascendía de entre las cenizas y daba testimonio de
que ésta había sido usada la noche anterior.
De entre todos
aquellos regalos traídos por Papá Noel destacaban dos libros voluminosos de
tapas atractivas y contundentes: El Castillo y La Ciudad, ambos de Luis Zueco.
La lectura de
El Castillo me trasportó a la Edad Media y inauguró la “Era Zueco” que iba a
continuar con la lectura de La Ciudad que hoy reseño y culminará con la próxima
novela del mismo autor, que se encuentra en proceso y espero con impaciencia.
Quien me
conoce, y Papá Noel es uno de ellos, sabe que soy un apasionado de la Edad Media. Esos mil años de oscuridad, a los que hacen referencia las crónicas de
aquellos que bautizaron al Renacimiento como el renacer de la
humanidad y de algún modo justificar, sobre todo en las artes plásticas, su
gusto nostálgico por “lo clásico”; entendiendo como
clásico los cánones de belleza griega y romana.
¡A menudo he oído hablar del la Edad Media como si la humanidad hubiese estado dormida! La
realidad es bien distinta.
Los grandes avances tecnológicos, políticos, filosóficos y científicos que sustituyen el teocentrismo medieval por el antropocentrismo desde el que parte el Renacimiento, no hubieran sido posibles sin ella. Por ejemplo, las grandes catedrales góticas que se alzaron hacia el cielo en aquella época fueron obra de hombres y mujeres que, durante siglos, trabajaron y adquirieron conocimientos en su construcción. Podemos entonces imaginar a los hijos de aquellas gentes, admirando aquellas grandes obras; sus vidrieras, sus espacios infinitos y diciéndose:
Los grandes avances tecnológicos, políticos, filosóficos y científicos que sustituyen el teocentrismo medieval por el antropocentrismo desde el que parte el Renacimiento, no hubieran sido posibles sin ella. Por ejemplo, las grandes catedrales góticas que se alzaron hacia el cielo en aquella época fueron obra de hombres y mujeres que, durante siglos, trabajaron y adquirieron conocimientos en su construcción. Podemos entonces imaginar a los hijos de aquellas gentes, admirando aquellas grandes obras; sus vidrieras, sus espacios infinitos y diciéndose:
— Si mi padre y el padre de mi padre contibuyeron a construir esta maravilla, malviviendo en una choza de madera, sufirendo penalidades y con una dudosa ayuda divina ¿qué no seríamos capaces de hacer nosotros?
O los monasterios, guardianes de la sabiduría. Verdaderas bibliotecas
desde dónde, a menudo de espaldas a la Iglesia, se sembraron las semillas de lo
que sería la Edad Moderna.
A nuestros ojos,
urbanitas del S XXI y herederos de ese Renacimiento, nos parece inconcebible y difícilmente digerible una
sociedad estática organizada en estamentos inamovibles; señores, religiosos,
campesinos y gremios herméticos de artesanos; todo ello dominado por creencias impuestas por la religión y los ritos paganos. Era lo que había. No fue ni la mejor ni la peor manera que encontraron los hombres de aquellos tiempos de organizarse. Eso sí, fue muy distinta y a mi modo de
ver fue fascinante. Si disponéis de diez
minutos, este vídeo os puede dar una rápida visión de esa época:
Bien, me voy del objetivo, y es que ¡quisiera saber tantas cosas!
Para arrojar luz sobre aquellos años mal llamados oscuros existe Luis Zueco (@luiszueco) y su novela La Ciudad.
Encuadernación: Tapa dura
Editorial: S.A. EDICIONES B
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788466660112
Sobre el autor:
Luis Zueco es novelista, historiador, investigador y fotógrafo. En la actualidad es director del Castillo de Grisel, fortaleza medieval convertida en hotel con encanto. Además, es ingeniero industrial, licenciado en Historia y máster en Investigación Artística e Histórica, miembro de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, vicepresidente de la Asociación Española de Amigos de los Castillos y colaborador, como experto en patrimonio y cultura, en diversos medios de comunicación. Su novela El escalón 33 recibió la Mención de Honor en el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza 2012, el Premio al Mejor Thriller Histórico 2012 de la web Novelas Históricas y fue seleccionada en el I Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. También ha publicado la novela histórica Tierra sin rey y la guía Castillos de Aragón: 133 rutas.
La Novela:
La acción se sitúa en Albarracín, en 1283, un señorío independiente cercano a Teruel y rodeado de poderosos y ambiciosos reinos. Un feudo de frontera, amurallado e inconquistable, perteneciente a la poderosa familia Azagra. La aventura transcurre entre sus callejuelas y de la mano del autor conocemos como debía ser la vida intramuros en el S XIII.
La acción se sitúa en Albarracín, en 1283, un señorío independiente cercano a Teruel y rodeado de poderosos y ambiciosos reinos. Un feudo de frontera, amurallado e inconquistable, perteneciente a la poderosa familia Azagra. La aventura transcurre entre sus callejuelas y de la mano del autor conocemos como debía ser la vida intramuros en el S XIII.
Desde los
primeros compases sabemos que no estamos frente a una novela común. La intriga que ocasiona unos misteriosos asesinatos y el suspense son la tónica general, lo que hace difícil despegarse de las páginas.
¿Qué pasará? ¿Quién ha sido? ¿Por qué? Preguntas todas ellas que hacen de La
Ciudad un apasionante thriller histórico.
En la primera
página de la novela, me llamó la atención el homenaje que hace Zueco a Humberto
Eco, autor de la conocidísima novela El Nombre de la Rosa fallecido mientras éste escribía esta obra. Por su intriga y acertada ambientación, La
Ciudad se convierte, como aquella, en un referente sobre literatura histórica medieval y una obra, a mi entender, imprescindible.
Además, La Ciudad adquiere para mí una dimensión especial al descubrir a uno de sus
protagonistas, Alodia, sobre la que girarán los acontecimientos:
En primer lugar es de agradecer a Luis Zueco el que, en una sociedad como la medieval donde la mujer era maltratada y relegada al papel de ser inferior, la ponga como protagonista, con todo el peso de la historia sobre ella. De la mano del autor viví sus terribles aventuras, sufriendo las injustícias con ella y al seguir leyendo el desarrollo de los acontecimientos exclamé:
En primer lugar es de agradecer a Luis Zueco el que, en una sociedad como la medieval donde la mujer era maltratada y relegada al papel de ser inferior, la ponga como protagonista, con todo el peso de la historia sobre ella. De la mano del autor viví sus terribles aventuras, sufriendo las injustícias con ella y al seguir leyendo el desarrollo de los acontecimientos exclamé:
— ¡Bien hecho!
¡Gracias Luis Zueco!
En segundo
lugar, me sentí identificado con ella por la anisocoria (pupilas de distinto
tamaño que hace parecer con un ojo más oscuro que el otro) causada por un
suceso traumático. Sucesos oftalmológicos
parecidos a los sufridos por David Bowie; al que hace referencia Zueco en la Nota del autor y por el que, en un guiño
a su vida privada, sabemos de su gusto musical.
También
encontré muy interesante el tratamiento que hace de la magia; no como brujería
ni fenómenos sobrenaturales, sino como un hecho que ha convivido desde tiempos
inmemoriales con el hombre a pesar de las prohibiciones y persecuciones. La
magia forma parte de la búsqueda de lo desconocido, de la protección, de la
sanación y han recurrido a ella hombres y mujeres de toda clase y condición.
Cuestión aparte, me gustó la mención a la herejía que en aquella época creció al Norte de los
Pirineos. Siguiendo los pasos de herejes refugiados en el Maestrazgo, provincia
de Castellón la lectura lleva, a aquellos que nos gusta la historia occitana, a
pensar en Guillem de Belibaste, el último perfecto cátaro que escapó de la
Inquisición y estuvo escondido en dicha región castellonense. Aunque la vida de
éste fue posterior a cuando trascurre la obra, la mención a dicha herejía da una
idea del miedo que sentía la Iglesia de Roma hacia la naciente religión de los
“bons homes” y le sirve al autor para
dotar de un pasado a otro de los protagonistas.
Para cuando
llegas al desenlace de la novela, a parte de su emocionante final, estás tan metido en la historia que consigues
comprender esa época. Esa es la grandeza de Luis Zueco: su extensa cultura y
facilidad para relatar aquellos tiempos se desarrollan magistralmente en La Ciudad y si
en su primera novela encontré algún pasaje lento, en La Ciudad he
destilado una a una todas las páginas, saboreándola, a veces devorándola, hasta hacerla merecedora de
una segunda lectura.
Finalmente creo
interesante remarcar que no es necesario ser un entendido medievalista para
abordarla, no es ningún tratado sobre el Medievo ni usa complejas expresiones;
es suficiente con amar la buena lectura. Eso sí, para disfrutar de La Ciudad
recomiendo buscar un rincón lejos del mundanal ruido, apagar el móvil para
quedarnos lejos de la tecnología que nos invade y así poder adentrarnos en las
callejuelas de aquél Albarracín medieval.
Por todo ello
recomiendo su lectura mientras la coloco en el estante de esta biblioteca
virtual, al lado de El Castillo mientras espero la siguiente que completará la
trilogía.