Recopilació de relats hipnòtics, carregats de reflexions profundes i escrites en un llenguatge poètic.
NOTA: 4/5
(1883-1931)
EL LOCO
(1918)
Me preguntáis
como me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho
antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que
me habían robado todas mis máscaras -sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas
distintas -; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
—
¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y
mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron
a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de
pie en la azotea de su casa, señalándome
gritó:
—
Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza
para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi
alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera
presa de un trance, grité:
—
¡Benditos!
¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me
convertí en un loco.
Y en mi locura
he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no
ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro
ser.
Pero no dejéis
que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón
encarcelado está a salvo de otro ladrón.
DIOS
En los días de mi más remota antigüedad, cuando el
temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a
Dios, diciéndole:
—
Amo, soy tu
esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una
potente borrasca.
Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y
volví a hablar a Dios, diciéndole:
—
Creador mío,
soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.
Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en
presuroso vuelo.
Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y
hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
—
Padre, soy tu
hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a
ti heredaré tu Reino.
Pero Dios no me contestó; pasó de largo como la niebla
que tiende un velo sobre las distantes montañas.
Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña,
y volví a invocar a Dios, diciéndole:
—
¡Dios mío!, mi
supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la
tierra y tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.
Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído
dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios
me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que
Dios también estaba allí.
AMIGO MÍO
Amigo mío... yo no soy lo que parezco. Mi aspecto
exterior no es sino un traje que llevo puesto; un traje hecho cuidadosamente,
que me protege de tus preguntas, y a ti, de mi negligencia.
El "yo" que hay en mí, amigo mío, mora en la
casa del silencio, y allí permanecerá para siempre, inadvertido, inabordable.
No quisiera que creyeras en lo que digo ni que
confiaras en lo que hago, pues mis palabras no son otra cosa que tus propios pensamientos,
hechos sonido, y mis hechos son tus propias esperanzas en acción.
Cuando dices: "El viento sopla hacia el
oriente", digo: "Sí, siempre sopla hacia el oriente"; pues no
quiero que sepas entonces que mi mente no mora en el viento, sino en el mar.
No puedes comprender mis navegantes pensamientos, ni
me interesa que los comprendas. Prefiero estar a solar en el mar.
Cuando es de día para tí, amigo mío, es de noche para
mí; sin embargo, todavía entonces hablo de la luz del día que danza en las
montañas, y de la sombra purpúrea que se abre paso por el valle; pues no puedes
oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan contra
las estrellas, y no me interesa que oigas ni que veas lo que pasa en mí;
prefiero estar a solas con la noche.
Cuando tú subes a tu Cielo yo desciendo a mi infierno.
Y aún entonces me llamas a través del golfo infranqueable que nos separa:
" ¡Compañero! ¡Camarada!" Y te contesto:
" ¡Compañero!
¡Camarada!, porque no quiero que veas mi Infierno. Las
llamas te cegarían, y el humo te ahogaría. Y me gusta mi Infierno; lo amo al
grado de no dejar que lo visites. Prefiero estar solo en mi Infierno.
Tu amas la Verdad, la Belleza y lo Justo, y yo, por
complacerte, digo que está bien, y simulo amar estas cosas. Pero en el fondo de
mi corazón me río de tu amor por estas entidades. Sin embargo, no te dejo ver
mi risa: prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, discreto y sensato; es más:
eres perfecto. Y yo, a mi vez, hablo contigo con sensatez y discreción, pero...
estoy loco. Sólo que enmascaro mi locura. Prefiero estar loco, a solas.
Amigo mío, tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que
lo comprendas? Mi senda no es tu senda y,sin embargo, caminamos juntos, tomados
de la mano.
EL ESPANTAPÁJAROS
—
Debes de estar
cansado de permanecer inmóvil en este solitario campo — dije en día a un espantapájaros.
—
La dicha de
asustar es profunda y duradera; nunca me cansa— me dijo.
Tras un minuto de reflexión, le dije:
—
Es verdad; pues
yo también he conocido esa dicha.
—
Sólo quienes
están rellenos de paja pueden conocerlame dijo.
Entonces, me alejé del espantapájaros, sin saber si me
había elogiado o minimizado.
Transcurrió un año, durante el cual el espantapájaros
se convirtió en filósofo. Y cuando volví a pasar junto a él, vi que dos cuervos
habían anidado bajo su sombrero.
LAS SONÁMBULAS
En mi ciudad natal vivía una mujer y su hija, que
caminaban dormidas.
Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la
mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto
en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:
—
¡Al fin!—dijo— ¡Al fin puedo decírtelo, mi
enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi juventud, y que has vivido edificando tu
vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego, la hija habló, en estos términos:
—
¡Oh mujer
odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras
que mi vida fuera un eco de tu propia
vida marchita! ¡Desearías que estuvieras muerta!
En aquel instante cantó el gallo, y ambas mujeres
despertaron.
—
¿Eres tú,
tesoro? —dijo la madre amablemente.
—
Sí; soy yo,
madre querida — respondió la hija con la misma amabilidad.
EL PERRO SABIO
Un día, un perro sabio pasó cerca de un grupo de
gatos. Y viendo el perro que los gatos parecían estar absortos, hablando entre sí, y que no
advertían su presencia, se detuvo a escuchar lo que decían.
Sexto Ego:
—
Y yo, el ego
que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y ansiosa mirada va
modelando los días en imágenes y va dando a los elementos sin forma contornos
nuevos y eternos... Soy yo, el solitario, el que más motivos tiene para
rebelarse contra este inquieto loco.
Séptimo Ego:
—
¡Qué extraño que
todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada uno de vosotros una
misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de vosotros, un ego
con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un propósito fijo: soy
el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacío espacio que no es
espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras vosotros os afanáis
recreándoos en la vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe rebelarse: vosotros o yo?
Al terminar de hablar el Séptimo Ego, los otros seis
lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al hacerse la noche más
profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz
resignación. Sólo el Séptimo Ego permaneció despierto, mirando y atisbando a la
Nada, que está detrás de todas las cosas.
LA GUERRA
Una noche, hubo fiesta en palacio, y un hombre llegó a
postrarse ante el príncipe; todos los invitados se quedaron mirando al recién
llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía angraba. Y el príncipe
le preguntó a aquel hombre:
—
¿Qué te ha
sucedido?
—
¡Oh príncipe!— respondió
el hombre—, mi profesión es ser ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a robar
la tienda del cambista, pero mientras subía y entraba por la ventana cometí un
error, y entré en la tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé con el telar
del tejedor, y perdí un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al tejedor y, al llegar éste
al palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
—
¡Oh príncipe! —dijo
el tejedor —, el decreto es justo. No me quejo de que me hayan sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo los dos
ojos para ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino de oficio
zapatero, que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita los dos ojos...
El príncipe entonces, envió por el zapatero. Y éste
acudió, y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!
LA ZORRA
Al amanecer, una zorra miró su sombra, y se dijo:
—
Hoy almorzaré
un camello.
Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al
mediodía volvió a mirar su sombra, y se dijo:
—
Bueno... me
conformaré con un ratón.
EL REY SABIO
Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey
que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su
poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también un el corazón de esa ciudad un pozo de
agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y
sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja
entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al
tiempo que decía:
—
Desde este
momento, quien beba de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino,
excepto el
rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y
enloquecieron, tal como había predicho la bruja. Y aquel día, en las
callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
—
El rey está
loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir
que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del
pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente
bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani,
porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.
En tus ojos he leído que ser entronizado es ser
esclavizado, y que ser comprendido es ser derribado. Y que ser apresado es
llegar a la propia madurez Y como un fruto maduro, caer y ser objeto de consumo.
Derrota, mi derrota, mi audaz compañera:
Oirás mis cantos, mis gritos y silencios, y nadie más
que tú me hablará del batir de las alas. De la impetuosidad de los mares. Y de montañas que
arden en la noche. Y sólo tú escalarás mi inclinada y rocosa alma. Derrota, mi
derrota, mi valor indómito inmortal. Tú
y yo reiremos juntos con la tormenta. Y juntos
cavaremos tumbas para todo lo que muere en nosotros. Y hemos de erguirnos al
sol, como una sola voluntad. Y seremos peligrosos.
LA NOCHE Y EL LOCO
Soy como tú, ¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por
la flameante senda que está por encima de
mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca la tierra brota de ella
un roble.
—
No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande es la huella de tus
pasos en la arena.
—
Soy como tú,
¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una diosa en
trabajo de parto; y en el ser que de ella está naciendo el Cielo toca al
infierno.
—
No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir el dolor, y el canto
del abismo te aterroriza.
—
Soy como tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible;
pues mis oídos perciben los gritos de naciones conquistadas y suspiros de
olvidadas tierras.
—
No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un compañero, y no
puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
—
Soy como tú,
¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado por barcos que arden
en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de guerreros degollados.
—
No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues aún está en ti el anhelo de encontrar a tu alma
gemela, y no has llegado a ser ley para ti mismo.
—
Soy como tú,
¡oh Noche!, gozoso y alegre; pues quien mora en mi sombra está ahora ebrio de
vino virgen, y quien me sigue va pecando con regocijo.
—
No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues tu alma está envuelta en el velo de los siete
pliegues, y no llevas en la mano el corazón.
—
Soy como tú, ¡oh
Noche!, paciente y apasionado; pues en mi pecho están enterrados mil amantes muertos, envueltos en sudarios de marchitos
besos.
—
Loco, ¿de veras
piensas que eres como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes cabalgar en la tempestad
como un potro salvaje, y asir el relámpago cual si fuera una espada?
—
Sí; como tú,
¡oh Noche!, como tú, soy poderoso y alto, y mi trono se asienta sobre montañas
de dioses caídos; y también ante mí desfilan los días para besar la orla de mi
veste, sin atreverse a mirarme al rostro.
—
¿Piensas que
eres como yo, tú, el hijo de mi más oscuro corazón? ¿Puedes pensar mis
indómitos pensamientos y hablar mi vasto lenguaje?
—
Sí; somos
hermanos gemelos, ¡oh Noche!; pues tú revelas el espacio, y yo revelo mi alma.
ROSTROS
He visto un rostro con mil semblantes, y un rostro que
tenía sólo un semblante, como si estuviera contenido en un molde inmutable.
He visto un rostro cuyo brillo podía ver a través de
la fealdad que lo cubría, y un rostro cuyo brillo tuve que apartar, para ver
cuán hermoso era.
He visto un viejo rostro lleno de arrugas de la nada,
y un rostro lozano en el que estaban grabadas todas las cosas. Conozco todos
los rostros, porque los veo a través de la urdimbre que mis ojos van tejiendo,
y miro la realidad que está detrás del
tejido.
EL MAR MAYOR
Mi alma y yo fuimos a bañarnos al gran mar. Y al
llegar a la playa, empezamos a buscar un sitio solitario y escondido.
Pero mientras caminábamos por la playa vimos a un
hombre sentado en una roca gris, que tomaba de un saco puñados de
sal y los arrojaba al mar.
—
Este es el pesimista—dijo
mi alma—. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en presencia del pesimista.
Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí vimos, de pie en una roca
blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado, del que tomaba azúcar para arrojarla
al mar.
—
Y este es el
optimista — dijo mi alma—, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
—
Seguimos caminando. Y en otro lugar de la playa vimos
a un hombre que tomaba con la mano peces muertos, y los devolvía al agua.
—
Tampoco podemos
bañarnos enfrente de este hombre — dijo mi alma—, pues este es el filántropo.
—
Y seguimos nuestro camino.
Luego nos encontramos a un hombre que trazaba el
contorno de su sombra en la arena. Llegaban grandes olas y borraban el trazo; sin
embargo, aquel hombre seguía una y otra vez dibujando su sombra.
—
Este es el
místico — dijo mi alma—. Apartémonos de él.
—
Y seguimos caminando, hasta que en otra calmada
ensenada vimos a otro hombre, que recogía espuma del mar y la vertía en un vaso
de al
abastro.
—
Este es el
idealista —dijo mi alma—. De ninguna
manera debe ver nuestra desnudez.
Y seguimos caminando. De pronto, oímos una voz, que
gritaba:
—
¡¡Este es el
mar; el vasto y poderoso mar!
Y al acercarnos vimos que era un hombre que daba la
espalda al mar y que aplicaba un caracol a su oído, para oír el murmullo
marino.
—
Pasemos de
largo —dijo mi alma—. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo que
no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y pasamos de largo.
Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un
hombre había enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
—
Nos podemos
bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
—
No —dijo mi
alma—. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el puritano.
Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi
alma, y también entristeció su voz.
—
Vámonos de aquí
—dijo— . Pues no hay ningún solitario y
oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento juegue con mi
cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno desnudo, ni que esta
luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego abandonamos aquel mar, para ir en busca del
Mar Mayor.
CRUCIFICADO
—
¡Quisiera ser crucificado! — grité a los
hombres.
—
¿Por qué habría
de caer tu sangre sobre nuestras cabezas? —me respondieron.
Y yo respondí:
—
¿De qué otra
manera podríais ser exaltados, sino crucificando a los locos?
Y ellos asintieron, y me crucificaron. Y la
crucifixión me apaciguó.
Y cuando pendía entre el cielo y la tierra alzaron la
cabeza para mirarme. Y estaban exaltados, pues nunca habían alzado la cabeza.
Pero mientras estaban allí, en pie, mirándome, uno de
ellos gritó:
—
¿Qué estás
tratando de expiar?
Y otro hombre gritó:
—
¿Por qué causa
te sacrificas?
Y un tercer hombre dijo:
—
¿Crees que a
ese precio adquirirás la gloria del mundo?
Y luego dijo un cuarto hombre:
—
¡Mirad cómo
sonríe! ¿Puede perdonarse tal dolor?
Y yo les contesté a todos, diciendo:
—
Recordad sólo
que he sonreído. No estoy expiando nada, ni sacrificándome, ni deseo la gloria:
y no tengo que perdonar nada. Yo tenía sed y les supliqué me dieran de beber mi
sangre. Porque, ¿qué puede saciar la sed de un loco, sino su propia sangre?
Estaba yo mudo, y les pedí que me hirieran, para tener bocas. Estaba yo
prisionero en vuestros días y en vuestras noches, y busqué una puerta hacia más
vastos días y más vastas noches. "Y ahora, me voy, como se han ido ya
otros crucificados. Y no penséis que nosotros los locos estamos cansados de
tanta crucifixión. Pues debemos ser crucificados por hombres cada vez más grandes,
entre tierras más vastas y cielos más espaciosos.
EL ASTRÓNOMO
A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego,
sentado allí, solitario.
—
Mira —dijo mi amigo—: ese es el hombre más
sabio de nuestra tierra.
Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego. Lo
saludé. Y conversamos.
Poco después le dije:
—
Perdona mi
pregunta: ¿desde cuándo eres ciego?
—
Desde que nací —
fue su respuesta.
—
¿Y qué sendero
de sabiduría sigues?—le dije entonces.
—
Soy astrónomo —me
contestó el ciego.
Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:
—
Sí; observo todos
estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.
EL GRAN ANHELO
Aquí estoy, sentado entre mi hermana la montaña y mi
hermana la mar.
Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que
nos une es profundo, fuerte y extraño. En realidad, este amor es más profundo
que mi hermana la mar y más fuerte que mi hermana la montaña, y más extraño que
lo insólito de mi locura.
Han pasado eones y más eones desde que la primera
alborada gris nos hizo visibles uno al otro; y aunque hemos visto el
nacimiento, la plenitud y la muerte de muchos mundos, aún somos vehementes y
jóvenes.
Somos jóvenes y vehementes, y no obstante estamos
solos y nadie nos visita, y a pesar de que yacemos en un abrazo casi completo y
sin trabas, no hemos hallado consuelo. Pues, decidme: ¿qué consuelo puede haber
para el deseo controlado y la pasión inexhausta? ¿De dónde vendrá el flamígero dios
que dé calor al lecho de mi hermana la mar? ¿Y qué torrentes aplacará el fuego de
mi hermana la montaña? ¿Y qué mujer podrá adueñarse de mi corazón?
En el silencio de la noche, en sueños, mi hermana la
mar susurra el ignoto nombre del dios flamígero, y mi hermana la montaña llama
a lo lejos al fresco y distante dios-torrente. Pero yo no sé a quién llamar en
mi sueño.
Aquí estoy sentado, entre mi hermana la montaña y mi
hermana la mar. Los tres somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es
en verdad profundo, fuerte, y extraño...
DIJO UNA HOJA DE HIERBA
Dijo una mata de hierba a una hoja de otoño:
—
¡Al caer haces tanto ruido, que espantas a
todos mis sueños invernales!
—
Ser de baja cuna y de miserable morada—dijo la
hoja, indignada—, ser malhumorado y sin canto: ¡tú no vives en la región alta
del aire, y desconoces el sonido del canto!
Luego, la hoja de otoño cayó sobre la tierra, y se
durmió. Y al llegar la primavera, la hoja despertó nuevamente, y se convirtió
en una mata de hierba.
Y cuando el otoño llegó, y la mata de hierba comenzó a
adormecerse con el sueño invernal, las hojas del otoño, meciéndose en el
viento, iban cayendo sobre ella. Entonces se dijo, enojada: "¡Ah, estas hojas
de otoño! ¡Cuánto ruido hacen! ¡Espantan a todos mis sueños invernales!"
EL OJO
Un día dijo el Ojo:
—
Más allá de
estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?
El Oído oyó esto, y tras escuchar atentamente otro
rato, dijo:
—
Pero; ¿dónde
está esa montaña? No la oigo... Luego, la Mano habló, y dijo:
—
En vano trato
de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.
Y la Nariz dijo:
—
No hay ninguna
montaña por aquí; no la huelo.
Luego, el Ojo se volvió hacia el otro lado, y los
demás sentidos empezaron a murmurar de la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: "
¡Algo debe de andar mal en el Ojo!
LOS DOS
ERUDITOS
Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que
odiaban y despreciaban cada uno el saber
del otro: Porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era
creyente.
Un día ambos se encontraron en el mercado, y en medio
de sus partidarios empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no
existencia de los dioses. Y separáronse tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró
ante el altar, y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad.
Y a la misma hora, el otro erudito, el que había
defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados, pues se
había convertido en incrédulo.
CUANDO NACIÓ MI TRISTEZA
Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y
la vigilé con amorosa ternura.
Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes,
fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias.
Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo
que nos rodeaba. Pues mi Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también
era amable cuando estaba lleno de Tristeza.
Y cuando hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días
eran alados y nuestras noches estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza
era elocuente, y mi lengua también era elocuente con la
Tristeza.
Y cuando mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros
vecinos sentábanse a la ventana a escucharnos; pues nuestros cantos eran
profundos como el mar, y nuestras melodías estaban impregnadas de extraños
recuerdos.
Y cuando caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente
nos miraba con amables ojos, y cuchicheaba con extremada dulzura. Y también
había quien nos envidiara, pues mi Tristeza era un ser noble, y yo me sentía
orgulloso de mi Tristeza. Pero murió mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé
solo, con mis reflexiones.
Y ahora, cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en
mis oídos.
Y cuando canto, mis vecinos ya no escuchan mis
canciones.
Y cuando camino solo por la calle, ya nadie me mira.
Sólo en sueños oigo voces que dicen compadecidas:
"Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su Tristeza".
Y CUANDO NACIÓ MI ALEGRÍA...
Y cuando nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí
con ella a la azotea de mi casa, a gritar:
—
¡Venid,
vecinos! ¡Venid a ver! Porque hoy ha nacido mi Alegría: venid a contemplar este
ser placentero que ríe bajo el sol.
Pero qué grande mi sorpresa porque ningún vecino mío
acudió a contemplar mi Alegría.
Y todos los días, durante siete lunas, proclamé el
advenimiento de mi Alegría desde la azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme.
Y mi Alegría y yo estábamos solos, sin nadie que fuera a visitarnos.
Luego, mi Alegría palideció y enfermó de hastío, pues
sólo yo gozaba de su hermosura, y sólo mis labios besaban sus labios.
Luego, mi Alegría murió, de soledad y aislamiento.
Y ahora sólo recuerdo a mi muerta Alegría al recordar
a mi muerta Tristeza. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que susurra un
instante en el viento, y luego no vuelve a oírse más.
"EL MUNDO PERFECTO"
Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre
los dioses, escúchame:
Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más
imperfecto de los hombres.
Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos,
deambulo entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por
leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están
catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados
están bien calculados por su peso, y aun los innumerables actos que suceden en
el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y
catalogados.
En este mundo, las noches y los días están
convenientemente divididos en estaciones de conducta y están gobernados por
normas de impecable exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y
luego cansarse, todo a su debido tiempo.
Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer
tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y
de sentir cuando cierta estrella se alza en el horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un
gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma
con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando
se ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido, entretenerse en lo
mejor de uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir culto a los dioses
con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego
olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo determinado; proyectar con
consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la
copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con
preclara visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y
exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran
según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del
alma humana, cada una iene su marca y su número.
Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto
del jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí,
yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente
ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas?
Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses…
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