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Aquest relat em transporta als relats lànquids i melancòlics de Murakami. Té un final sorprenent, dos personatges y una extensió molt curta. En ell l'autor et planteja la posibilitat de trobar la teua ànima bessona en qualsevol moment i com reaccionaríes. Els contes de Murakami estan carregats d'un romanticisme funest del qual no vaig poder escapar, parle de l'obra Tokio Blues. De tant en tant, ho reconec, és agradable llegir alguna cosa d'ell.
Haruki
Murakami
(1949 - )
Sobre
encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril
Una bella
mañana de abril, en una callecita lateral del elegante barrio de Harajuku en
Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta.
A decir verdad,
no era tan guapa. No sobresalía de ninguna manera. Su ropa no era nada
especial. En la nuca su cabello tenía las marcas de recién haber despertado.
Tampoco era joven –debía andar alrededor de los treinta, ni si quiera cerca de
lo que comúnmente se considera una “chica”. Aún así, a quince metros sé que
ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde el momento que la vi algo retumbó
en mi pecho y mi boca quedó seca como un desierto. Quizá tú tienes tu propio
tipo de chica favorita: digamos, las de tobillos delgados, o grandes ojos, o
delicados dedos, o sin tener una buena razón te enloquecen las chicas que se
toman su tiempo en terminar su merienda. Yo tengo mis propias preferencias, por
supuesto. A veces en un restaurante me descubro mirando a la chica de la mesa
de al lado porque me gusta la forma de su nariz.
Pero nadie
puede asegurar que su chica 100% perfecta corresponde a un tipo preconcebido.
Por mucho que me gusten las narices, no puedo recordar la forma de la de ella
–ni siquiera si tenía una. Todo lo que puedo recordar de forma segura es que no
era una gran belleza. Extraño.
–Ayer me crucé
en la calle con la chica 100% perfecta –le digo a alguien.
–¿Sí? –dice él–
¿Estaba guapa?
–No realmente.
–De tu tipo
entonces.
–No lo sé. Me
parece que no puedo recordar nada de ella, la forma de sus ojos o el tamaño de
su pecho.
–Raro.
–Sí. Raro.
–Bueno, como
sea –me dice ya aburrido–, ¿qué hiciste? ¿Le hablaste? ¿La seguiste?
–Nah, sólo me
crucé con ella en la calle.
Ella caminaba
de este a oeste y yo de oeste a este. Era una bella mañana de abril.
Ojalá hubiera
hablado con ella. Media hora sería suficiente: sólo para preguntarle acerca de
ella misma, contarle algo acerca de mí, y –lo que realmente me gustaría hacer–
explicarle las complejidades del destino que nos llevaron a cruzarnos uno con
el otro en esa calle en Harajuku en una bella mañana de abril de 1981. Algo que
seguro nos llenaría de tibios secretos, como un antiguo reloj construido cuando
la paz reinaba en el mundo.
Después de
hablar, almorzaríamos en algún lugar, quizá veríamos una película de Woody
Allen, entrar en el bar de un hotel para tomar unos cócteles. Con un poco de
suerte, terminaríamos en la cama.
La posibilidad
toca en la puerta de mi corazón.
Ahora la
distancia entre nosotros es de apenas 15 metros.
¿Cómo
acercarme? ¿Qué debería decirle?
–Buenos días,
señorita, ¿podría compartir conmigo media hora para conversar?
Ridículo.
Sonaría como un vendedor de seguros.
–Discúlpeme,
¿sabría usted si hay en el barrio alguna lavandería 24 horas?
No, simplemente
ridículo. No cargo nada que lavar, ¿quién me creería en una línea como esa?
Quizá
simplemente sirva la verdad: Buenos días, tú eres la chica 100% perfecta para
mí.
No, no se lo
creería. Aunque lo dijera es posible que no quisiera hablar conmigo. Perdóname,
podría decir, es posible que yo sea la chica 100% perfecta para ti, pero tú no
eres el chico 100% perfecto para mí. Podría suceder, y de encontrarme en esa
situación me rompería en mil pedazos, jamás me recuperaría del golpe, tengo
treinta y dos años, y de eso se trata madurar.
Pasamos frente
a una florería. Un tibio airecito toca mi piel. La acera está húmeda y percibo
el olor de las rosas. No puedo hablar con ella. Ella trae un suéter blanco y en
su mano derecha estruja un sobre blanco con una sola estampilla. Así que ella
le ha escrito una carta a alguien, a juzgar por su mirada adormecida quizá pasó
toda la noche escribiendo. El sobre puede guardar todos sus secretos.
Doy algunas
zancadas y giro: ella se pierde en la multitud.
Ahora, por
supuesto, sé exactamente qué tendría que haberle dicho. Tendría que haber sido
un largo discurso, pienso, demasiado tarde como para decirlo ahora. Se me
ocurren las ideas cuando ya no son prácticas.
Bueno, no
importa, hubiera empezado “Érase una vez” y terminado con “Una historia triste,
¿no crees?”
Érase una vez
un muchacho y una muchacha. El muchacho tenía dieciocho y la muchacha
dieciséis. Él no era notablemente apuesto y ella no era especialmente bella.
Eran solamente un ordinario muchacho solitario y una ordinaria muchacha
solitaria, como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en
algún lugar del mundo vivía el muchacho 100% perfecto y la muchacha 100%
perfecta para ellos. Sí, creían en el milagro. Y ese milagro sucedió.
Un día se
encontraron en una esquina de la calle.
–Esto es
maravilloso –dijo él–. Te he estado buscando toda mi vida. Puede que no creas
esto, pero eres la chica 100% perfecta para mí.
–Y tú –ella le
respondió– eres el chico 100% perfecto para mí, exactamente como te he
imaginado en cada detalle. Es como un sueño.
Se sentaron en
la banca de un parque, se tomaron de las manos y contaron sus historias hora tras
hora. Ya no estaban solos. Qué cosa maravillosa encontrar y ser encontrado por
tu otro 100% perfecto. Un milagro, un milagro cósmico.
Sin embargo,
mientras se sentaron y hablaron una pequeña, pequeñísima astilla de duda echó
raíces en sus corazones: ¿estaba bien si los sueños de uno se cumplen tan
fácilmente?
Y así, tras una
pausa en su conversación, el chico le dijo a la chica: Vamos a probarnos, sólo
una vez. Si realmente somos los amantes 100% perfectos, entonces alguna vez en
algún lugar, nos volveremos a encontrar sin duda alguna y cuando eso suceda y
sepamos que somos los 100% perfectos, nos casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves?
–Sí –ella dijo–
eso es exactamente lo que debemos hacer.
Y así
partieron, ella al este y él hacia el oeste.
Sin embargo, la
prueba en que estuvieron de acuerdo era absolutamente innecesaria, nunca
debieron someterse a ella porque en verdad eran el amante 100% perfecto el uno
para el otro y era un milagro que se hubieran conocido. Pero era imposible para
ellos saberlo, jóvenes como eran. Las frías, indiferentes olas del destino
procederían a agitarlos sin piedad.
Un invierno,
ambos, el chico y la chica se enfermaron de influenza, y tras pasar semanas
entre la vida y la muerte, perdieron toda memoria de los años primeros. Cuando
despertaron sus cabezas estaban vacías como la alcancía del joven D. H.
Lawrence.
Eran dos
jóvenes brillantes y determinados, a través de esfuerzos continuos pudieron
adquirir de nuevo el conocimiento y la sensación que los calificaba para volver
como miembros hechos y derechos de la sociedad. Bendito el cielo, se
convirtieron en ciudadanos modelo, sabían transbordar de una línea del
subterráneo a otra, eran capaces de enviar una carta de entrega especial en la
oficina de correos. De hecho, incluso experimentaron otra vez el amor, a veces
el 75% o aún el 85% del amor.
El tiempo pasó
veloz y pronto el chico tuvo treinta y dos, la chica treinta.
Una bella
mañana de abril, en búsqueda de una taza de café para empezar el día, el chico
caminaba de este a oeste, mientras que la chica lo hacía de oeste a este, ambos
a lo largo de la callecita del barrio de Harajuku de Tokio. Pasaron uno al lado
del otro justo en el centro de la calle. El débil destello de sus memorias
perdidas brilló tenue y breve en sus corazones. Cada uno sintió retumbar su
pecho. Y supieron:
Ella es la
chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico
100% perfecto para mí.
Pero el
resplandor de sus recuerdos era tan débil y sus pensamientos no tenían ya la
claridad de hace catorce años. Sin una palabra, se pasaron de largo, uno al
otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre.
Una historia
triste, ¿no crees?
Sí, eso es, eso
es lo que tendría que haberle dicho.
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