+18No hay camino al paraíso, segurament el conte més extrem que he portat a la biblioteca. El duc sobretot per l'autor, exponent del realisme brut. El relat és doncs un Bukowski, en tota regla; com una paranoia mental estudiada. Sexe, alcohol i al·lucinacions,fan del conte una radiografía ràpida de la vida de Bukowsky. Em recorda a la brutalitat de Prostituto de Extraterrestres, de l'amic Rafael Fernández "Ezcritor", ressenyat en aquesta biblioteca. Una estructura senzilla que apesta a whisky però d'un minimalisme molt lúcid i interessant.
Nota 2.5/5
Temps de lectura: 5 minuts
Charles Bukowsky
(1920 - 1994)
Yo estaba sentado en un bar dela avenida
Western. Era alrededor de medianoche y me encontraba en mi habitual estado de
confusión. Quiero decir, bueno, ya sabes, nada funciona bien: las mujeres, el
trabajo, el ocio el tiempo, los perros… Finalmente sólo puedes ir y sentarte
atontado, totalmente noqueado, y esperar; como si estuvieses en una parada de
autobús aguardando la muerte.
Bueno, pues yo estaba allí sentado y aquí entra
una con el pelo largo y moreno, un bello cuerpo y tristes ojos marrones. Yo no
di la vuelta para mirarla, seguí con mi vaso. La ignoré incluso cuando vino y
se sentó a mi lado a pesar de que todos los demás asientos estaban vacíos. De
hecho, éramos las únicas personas que había en el bar sin contar al encargado.
Pidió un vino seco. Entonces me preguntó lo que estaba bebiendo.
-Escocés con agua -contesté.
-Y sírvale al señor un escocés con agua -le dijo
al cantinero.
Bueno, esto no era muy normal.
Abrió su bolso, cogió una pequeña jaula, sacó de
ella unos hombrecitos y los puso sobre la barra. Tenían alrededor de diez
centímetros de altura, estaban apropiadamente vestidos y parecían tener vida.
Eran cuatro: dos mujeres y dos hombres.
-Ahora los hacen así -dijo ella-. Son muy caros.
Me costaron cerca de 2000 dólares cada uno cuando los compré. Ahora ya valen
cerca de 2400. No conozco el proceso de fabricación pero probablemente sea
ilegal.
Estaban paseando sobre la barra. De repente, uno
de los hombrecitos abofeteó a una de las pequeñas mujeres.
-¡Tú, perra! -dijo-. No quiero saber nada más de
ti.
-¡No, George, no puedes hacerme esto! -gritaba
ella llorando-. ¡Yo te amo! ¡Me mataré! ¡Te necesito!
-No me importa -dijo el hombrecito, y sacó un
minúsculo cigarrillo, encendiéndolo con gesto altivo-. Tengo derecho a hacer lo
que me dé la gana.
-Si tú no la quieres -dijo el otro hombrecito-
yo me quedo con ella, la amo.
-Pero yo no te quiero a ti, Marty. Yo estoy
enamorada de George.
-Pero él es un cabrón, Anna, un verdadero cabronazo.
-Lo sé, pero lo amo de todos modos.
Entonces el pequeño cabrón se fue hacia la otra
mujercita y la besó.
-Creo que se me está formando un triángulo -dijo
la señorita que me había invitado al whisky–. Te los presentaré. Ese es Marty,
y George, y Anna y Ruthie. George va de bajada, se lo hace bien. Marty es una
especie de cabeza cuadrada.
-¿No es triste mirar todo esto? Eh… ¿Cómo te
llamas?
-Dawn. Un nombre horrible, pero eso es lo que a
veces les hacen las madres a sus hijos.
-Yo soy Hank. ¿Pero no es triste…?
-No, no es triste mirar todo esto. Yo no he
tenido mucha suerte con mis propios amores, una suerte horrible, a decir
verdad.
-Todos tenemos una suerte horrible.
-Supongo que sí. De todos modos, me compré estos
hombrecitos y ahora me entretengo mirándolos, es como no tener ninguno de los
problemas, pero tenerlo todo presente. Lo malo es que me pongo terriblemente
caliente cuando empiezan a hacer el amor. Es la parte más difícil para mí.
-¿Son sexys?
-¡Muy, muy sexys! ¡Dios, me ponen de verdad
caliente!
-¿Por qué no los pones a que lo hagan? Quiero
decir, ahora mismo. Podremos mirarlos juntos.
-Oh, no se pueden manejar, tienen que ponerse a
hacerlo por su cuenta.
-¿Y lo hacen a menudo?
-Oh, son bastante buenos. Lo hacen cerca de
cuatro o cinco veces por semana.
Mientras tanto, ellos paseaban por la barra.
-Escucha -decía Marty-, dame una oportunidad.
Sólo dame una oportunidad, Anna…
-No -decía la pequeña Anna-, mi amor pertenece a
George. No puede ser de otra manera.
George estaba besando a Ruthie, acariciando sus
pechos. Ruthie estaba empezando a calentarse.
-Ruthie está empezando a calentarse -le dije a
Dawn.
-Sí que lo está. Está empezando de verdad.
Yo también me estaba excitando. Abracé a Dawn y
la besé.
-Mira -dijo ella-, no me gusta que hagan el amor
en público. Me los voy a llevar a casa y que lo hagan allí.
-Pero entonces no podré verlo.
-Bueno, sólo tienes que venir conmigo y podrás.
-De acuerdo -dije- vámonos.
Acabé mi bebida y salimos juntos. Ella llevaba a
los hombrecitos metidos en la jaula. Subimos al coche y los pusimos entre
nosotros en el asiento delantero. Miré a Dawn. Era realmente joven y bella.
Parecía también inteligente. ¿Cómo podía haber fracasado con los hombres?
Bueno, había tantos modos de fracasar unas relaciones… Los hombrecitos le
habían costado 8000 dólares. Todo eso sólo para alejarse de las relaciones
sexuales sin alejarse de ellas. Su casa estaba cerca de las colinas, un sitio
agradable. Salimos del coche y fuimos hacia la puerta. Yo llevaba a la
gentecilla en la jaula mientras Dawn abría la puerta.
-Estuve oyendo a Randy Newman la semana pasada
en el Trobador. ¿Verdad que es grande? -me preguntó.
-Sí que lo es -contesté.
Entramos, Dawn abrió la jaula y los sacó y los
puso sobre la mesita de café. Entonces se metió en la cocina y abrió el
refrigerador y sacó una botella de vino. La trajo en compañía de dos copas.
-Perdona -dijo- pero pareces un poco chiflado.
¿En qué trabajas?
-Soy escritor.
-¿Y vas a escribir algo acerca de esto?
-Nunca se lo creerá nadie, pero lo escribiré.
-Mira -dijo Dawn-George le ha quitado las bragas
a Ruthie. Le está metiendo el dedo. ¿Un poco de hielo?
-Sí, ya lo veo. No, no quiero hielo. El tipo va
bien derecho.
-No sé -dijo Dawn-, pero de verdad que me excita
mirarlos. Quizás es porque son tan pequeños. Realmente me calientan.
-Entiendo lo que quieres decir.
-Mira, George la está tumbando, se lo va a
hacer.
-Sí, allá van.
-¡Míralos!
-¡Dios o la puta!
Abracé a Dawn. Comenzamos a besarnos. Cuando
parábamos, sus ojos pasaban de mirarme a mí a mirar a los hombrecitos
fornicando, y luego volvía a mirarme de nuevo a los ojos. Yo seguía siempre su
mirada.
El pequeño Marty y la pequeña Anna también
estaban mirando.
-Mira -decía Marty-, ellos lo están haciendo.
Nosotros deberíamos hacerlo también. Incluso las personas grandes van a
hacerlo. ¡Míralos!
-¿Oíste eso? -le pregunté a Dawn-. Ellos dicen
que vamos a hacerlo, ¿es verdad eso?
-Espero que sea verdad -dijo Dawn.
La tumbé sobre el sofá y le subí la falda por
encima de los muslos. La besé a lo largo del cuello.
-Te amo -dije.
-¿De verdad? ¿De verdad?
-Sí, de alguna manera, sí…
-De acuerdo -dijo la pequeña Anna al pequeño
Marty- podemos hacerlo nosotros también, pero que quede claro que yo no te
quiero.
Se abrazaron en medio de la mesita de café. Yo
le había quitado ya a Dawn las bragas. Dawn gemía. La pequeña Ruthie gemía.
Marty se la metió por fin a la pequeña Anna. Estaba pasando en todas partes. Me
pareció como si toda la gente del mundo estuviese haciéndolo. Entonces me
olvidé de toda la otra gente del mundo. Nos fuimos al dormitorio y allí se la
metí a Dawn en una larga y tranquila cabalgada…
Cuando ella salió del baño yo estaba leyendo una
estúpida historia en el Playboy.
-Estuvo tan bien -dijo.
-Fue un placer -contesté.
Se volvió a meter en la cama conmigo. Dejé la
revista.
-¿Crees que nos lo podemos hacer juntos? -me
preguntó.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que si tú crees que podemos seguir
así, juntos, durante algún tiempo.
-No sé. Las cosas ocurren. El principio siempre
es lo más fácil.
Entonces escuchamos un grito proveniente de la
salita. «Oh oh», dijo Dawn. Se levantó y salió corriendo de la habitación. Yo
la seguí.
Cuando llegué, ella estaba sosteniendo a George
en sus manos.
-¡Oh, Dios mío!
-Qué ha pasado?
-Anna se lo hizo.
-¿Qué le hizo?
-¡Le cortó las pelotas! ¡George es un eunuco!
-¡Uau!
-¡Tráeme algo de papel higiénico, rápido! ¡Se
está desangrando!
-Ese hijo de puta -decía la pequeña Anna desde
la mesita de café- si yo no puedo tener a George, nadie lo tendrá.
-¡Ahora las dos me pertenecen! -dijo Marty.
-Ah no, tienes que elegir una de nosotras -dijo
Anna.
-¿A cuál prefieres? -preguntó Ruthie.
-Yo las amo a las dos -dijo Marty.
-Ha parado de sangrar -dijo Dawn -se está
quedando frío.
Envolvió a George en un pañuelo y lo puso sobre
el mantel.
-Quiero decir -dijo Dawn-que si tú crees que lo
nuestro no va a funcionar, no quiero seguir por más tiempo.
-Creo que te amo, Dawn -dije.
-Mira -dijo ella-. ¡Marty está abrazando a
Ruthie!
-¿Crees que van a hacerlo?
-No sé. Parecen excitados.
Dawn cogió a Anna y la metió en la pequeña
jaula.
-¡Déjenme salir! ¡Los mataré a los dos! ¡Déjenme
salir! -gritaba.
George gimió desde el interior del pañuelo sobre
el mantel. Marty le había quitado las bragas a Ruthie. Yo me atraje a Dawn. Era
joven, bella e inteligente. Podía volver a estar enamorado. Era posible. Nos
besamos. Me sumergí en sus grandes ojos marrones. Entonces me levanté y eché a
correr. Sabía dónde estaba. Una cucaracha y un águila hacían el amor. El tiempo
era un bobo con un banjo. Seguía corriendo. Su larga cabellera me caía por la
cara.
-¡Mataré a todo el mundo! -gritaba la pequeña
Anna. Se agitaba sacudiendo su jaula de alambre a las tres de la madrugada.
FIN
De vez en cuando encontrarás en el apartado "Cuentos" un cuento
corto; un clásico de la literatura universal.
En los comentarios podrás escribir qué te ha parecido su lectura, podrás añadir información complementaria o aquello que consideres que aporta valor al cuento. El objetivo es básicamente el de enriquecernos como lectores.
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NOTA: La biblioteca de Lymus es un espacio bilingüe y de respeto. Cada uno es libre de dar su opinión siempre y cuando no ofenda a otros.
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